Censura en la ciencia: ¿Por un bien mayor?

Publicado en Mapping Ignorance Magazine, el 23/01/2024.

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“Censura” no es una palabra que le resulte agradable a nadie. Sus connotaciones son casi siempre negativas y, en un primer momento, sería necesario hacer un esfuerzo para encontrar unas circunstancias que justifiquen una restricción informativa. Más aún en el terreno científico, un ámbito en el que las evidencias empíricas deberían prevalecer sobre la autoridad, la tradición, la elocuencia retórica o el prestigio social. La Ciencia busca ante todo obtener la verdad a través de una metodología estricta y del aporte de información contrastada. Sin embargo, numerosos y muy diversos factores hacen que los resultados de las investigaciones no siempre vean la luz, a menudo bajo el pretexto de evitar el daño que su difusión podría provocar.

Sin embargo, un reciente estudio al cargo de Cory J. Clark (University of Pennsylvania, Philadelphia) et al. (1), concluye que la censura en la ciencia está mucho más extendida de lo que podría pensarse y proviene principalmente de los estamentos científicos e incluso de los propios investigadores. A modo de ejemplo, resaltan que el histórico y bien conocido proceso a Galileo Galilei, a principios del siglo XVII, fue instigado por sus colegas, los profesores aristotélicos de la Universidad de Pisa (2), quienes apelaron a la Iglesia para que interviniese e impusiese al astrónomo disidente un castigo ejemplar.

Si bien este ensayo publicado en PNAS, no proporciona conclusiones relevantes —algo previsible—, su mérito radica en su enfoque metódico y exhaustivo, que facilita una visión clara del estado de la cuestión. Por otro lado, la pregunta que quienes firman el artículo se plantean y que permanece sin responder es si los supuestos beneficios de la censura científica (3) compensan los costes y los efectos indeseados a medio y largo plazo.

Se trata, es indudable, de un terreno embarrado en el que, a menudo, se mezclan cuestiones diferentes que se tratan como si fuese todo una misma cosa. Por esa razón, los investigadores se esfuerzan en proporcionar una clasificación taxonómica de la censura, de los actores que la llevan a cabo, de sus motivos y de sus posibles consecuencias. Dejan claro desde el principio el significado que ellos dan al término “censura científica”: toda acción dirigida a impedir que determinadas ideas científicas alcancen la audiencia a la que van destinadas, por cualquier motivo que no sea la baja calidad investigadora. Una definición que es relevante, especialmente en los tiempos en los que vivimos, en los que proliferan estudios e informes pseudo-científicos, cuyos autores claman cuando se rechaza su publicación o directamente se desechan sus conclusiones. No es infrecuente que dichos autores se quejen de censura —o de prejuicios de todo tipo— cuando en realidad el rechazo está motivado por la escasa calidad de su trabajo o por la falta de rigor empírico. Tal y como los autores del estudio señalan, un rechazo en una revisión de pares puede ser erróneamente interpretado como censura, cuando en realidad está motivado por una mala exposición, una deficiente metodología o un pobre soporte documental. Esto bien podría explicar algunos de los casos ocurridos en relación con las investigaciones sobre COVID-19, cuando varios científicos alegaron que sus resultados estaban siendo censurados por contradecir aquellos otros de las corrientes científicas oficiales (3).

Por otro lado, en el apartado de los actores que aplican la censura, las publicaciones científicas juegan un papel relevante, como era de esperar y a menudo ejercen el rol de guardianes de la moral imperante. El pasado año, la revista Nature afirmaba en su sección editorial  que tanto autores, como revisores y editores deben tener en cuenta las “implicaciones potencialmente dañinas” de una investigación (4), mientras que Nature Human Behavior, también en una columna editorial advertía del posible rechazo de aquellos artículos con potencial para menoscabar la dignidad de determinados grupos considerados especialmente vulnerables (5). Así pues, los censores científicos pueden verse motivados por el deseo de evitar daños en la sociedad, tal vez debidos a un mal uso de los resultados de una investigación concreta (6) o simplemente por el temor a una reacción adversa y generalizada.

Esta censura puede materializarse no solo en el rechazo editorial, sino también en la pérdida de subvenciones, de prestigio académico o puede provocar la marginación profesional, por lo que no es infrecuente la auto censura de los propios investigadores. Como ejemplo, el ensayo menciona que en una encuesta realizada este mismo año entre académicos neozelandeses (7), el 53% de los encuestados afirmaron que no se sienten libres para expresar opiniones impopulares o controvertidas, mientras que un 48% aseguraban que no les resulta fácil exponer o argumentar en apoyo de puntos de vista que difieran del consenso entre sus colegas.

Una de las consecuencias más inmediatas y graves de la censura en la ciencia, junto con la supresión de información precisa y verídica, es  la pérdida de credibilidad en la disciplina, en las instituciones científicas y en sus descubrimientos. Lo ocurrido durante la reciente pandemia de coronavirus muestra los efectos que el escepticismo de una parte de la población tiene en las políticas sanitarias (8, 9). De ahí a la proliferación de extremistas y charlatanes que difunden datos e información pseudocientífica, pero que obtienen un crédito similar al de los científicos oficiales hay un paso muy pequeño.

Las perspectivas, según los autores del ensayo, no son optimistas, dado que la censura en la ciencia parece estar aumentando en los últimos tiempos. Sin embargo, su propuesta no se dirige a la disminución o erradicación de esta censura, sino más bien a un incremento en el estudio de este fenómeno comunicativo para poder evaluar de manera racional costes y beneficios de estas políticas de restricción informativa.

En sus conclusiones, los investigadores reconocen que tienen más preguntas que respuestas. Clark y sus colegas consideran que en ciertas situaciones la aplicación de la censura científica sirve, o podría servir, a un “bien mayor”, aunque es difícil saberlo con certeza entre tanto no se disponga de datos científicos contrastados. Como decíamos al principio, la censura científica o la transparencia, si lo preferimos, es una cuestión históricamente controvertida, en la que intervienen factores —políticos, sociales, económicos o morales— que van mucho más allá del método científico, por lo que es dudoso que alguna vez se alcancen conclusiones definitivas. Sin embargo, todo estímulo a la reflexión y al debate en éste ámbito es bienvenido y bajo este punto de vista, el ensayo que nos ocupa resulta de gran interés. La libertad informativa en general y en especial en el terreno científico debería ser un valor reconocido universalmente, salvo que admitamos que, en ocasiones, la ignorancia contribuye a nuestro bienestar o lo que es lo mismo, que hay cosas que es mejor no saber. 

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  1. ‘Prosocial motives underlie scientific censorship by scientists: A perspective and research agenda.’ PNAS, 2023. https://doi.org/10.1073/pnas.2301642120
  2. S. Drake, Galileo’s explorations in science. Dalhousie Rev. 61, 217–232 (1981).
  3. E. Väliverronen, S. Saikkonen, Freedom of expression challenged: Scientists’ perspectives on hidden forms of suppression and self-censorship. Sci. Technol. Hum. Values 46, 1172–1200 (2021).
  4. Nature Editorial, Research must do no harm: New guidance addresses all studies relating to people. Nature 606, 434 (2022).
  5. Nature Human Behaviour Editorial, Science must respect the dignity and rights of all humans. Nat. Hum. Behav. 6, 1029–1031 (2022).
  6. M. S. Bernstein et al., Ethics and society review: Ethics reflection as a precondition to research funding. Proc. Natl. Acad. Sci. U.S.A. 118, e2117261118 (2021).
  7. “Academic freedom survey” (F. S. Union Tech. Rep., 2023).
  8. D. M. Kahan, What is the “science of science communication”? J. Sci. Commun. 14, Y04 (2015).
  9. D. M. McLaughlin, J. Mewhirter, R. Sanders, The belief that politics drive scientific research & its impact on COVID-19 risk assessment. PLoS One 16, e0249937 (2021).

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