El científico engañador; un mal a atajar

Que el engaño sea algo natural no significa que sea también algo positivo y menos en el ámbito científico. Léalo en Mapping Ignorance Journal (o aquí, si lo prefiere).

El engaño es algo natural. Todos los animales lo hacen como estrategia de supervivencia; las presas para esquivar a los depredadores y estos últimos para atrapar a las primeras. El engaño intraespecies, sin embargo, se da sobre todo en las especies más inteligentes, por ejemplo, entre los cefalópodos, entre los córvidos y, por supuesto, entre los simios. Estudios sobre el tema han descubierto una relación directa entre el tamaño del neocórtex y la capacidad y/o la frecuencia de engaño a miembros de la misma especie. En estos casos, el objetivo más frecuente es no ya la mera supervivencia, sino la mejora de estatus dentro del grupo. Y dado que se trata de un rasgo estrechamente vinculado a la inteligencia, no es de extrañar que entre los humanos haya llegado a convertirse en un rasgo consustancial. En todas las culturas y desde que hay constancia, los seres humanos nos hemos engañado los unos a los otros para obtener beneficios muy diversos y a medida que nuestra evolución tecnológica y nuestras estructuras sociales se volvían más complejas, nuestros engaños se han ido tornando más sofisticados.

Los científicos, como seres humanos que son, no están libres de estos comportamientos, aun cuando son considerados por la comunidad académica como actos ética y, en ocasiones, legalmente reprobables. El engaño ha acompañado desde siempre a la actividad científica, pero en los últimos tiempos se ha extendido de manera notable en un área concreta de este particular ecosistema social: las publicaciones científicas. Acuciados por la necesidad de presentar un CV con la mayor cantidad posible de ensayos y artículos publicados, son muchos los científicos que recurren a la compra de trabajos elaborados por otros y que posteriormente remiten a las revistas especializadas firmados con su nombre. Esta peculiar forma de engaño ha crecido hasta tal punto que en la actualidad existen “empresas” ―conocidas en este submundo como “paper mills”― que venden artículos científicos cuyo contenido es de muy baja calidad o directamente falso. Es la antigua ley económica de la oferta y la demanda; si en el mercado existe una demanda, podemos estar seguros que alguien se ocupará de satisfacerla.

Es difícil saber con seguridad cuántos ensayos falsos se publican anualmente —la revista Nature estima que en 2022 se publicaron cerca de 70.000 fake papers, lo que supondría en torno al 1,5% del total—, pero lo que sí se sabe es que, en un ámbito en el que el rigor y la veracidad son valores que se sitúan por encima de cualquier otro, el daño que ocasionan en términos de credibilidad es considerable. Y tras años de quejas reiteradas por parte de numerosos agentes involucrados en el mundo de la publicación científica, por fin parece que un pequeño (por el momento) grupo de editores y organizaciones investigadoras ―entre las que se encuentran Elsevier, European Research Council, National Research and Innovation Agency, Springer Nature, Royal Society of Chemistry o Taylor & Francis, por ejemplo― han decidido aunar esfuerzos para acabar con este problema o, al menos, para impedir que siga creciendo hasta que sea demasiado tarde. Esta iniciativa conjunta se ha materializado en un grupo de trabajo denominado United2Act y en su declaración de intenciones establecen un plan de cinco acciones inmediatas: en el campo de la educación y toma de conciencia de todos los actores implicados, en la mejora del sistema de corrección post publicación, en la investigación directa de los “paper mills”,  en el desarrollo de nuevas herramientas de verificación de identidad de los autores de los trabajos remitidos para su publicación y en el mantenimiento de un debate sostenido en el tiempo acerca de este problema.

United2Act se unen así a grupos como STM Integrity Hub, cuyo objetivo es mantener la confianza y un alto nivel de integridad entre sus asociados, que abarcan hasta un 66% del total de las publicaciones de carácter científico en todo el mundo. Son iniciativas bienintencionadas, pero que en última instancia dependen de la voluntad para aplicar de forma correcta los protocolos que todas las publicaciones tienen para prevenir los fraudes. No debemos olvidar que  el sistema de revisión por pares de doble ciego, que lleva en fucionamiento cincuenta años, se estableció precisamente para evitar casos como estos.

Y sin embargo, ya hacia mediados de los años noventa el Escándalo Sokal —con su famoso artículo asegurando que la gravedad cuántica era un constructo social— y otros similares revelaron que dichos protocolos no sirven de gran cosa si su aplicación es negligente o directamente sesgada. En estos casos, y a pesar de que los escándalos afectaban sobre todo a las publicaciones de ciencias sociales y humanidades, quedó de manifiesto que el sistema de revisión por pares no es infalible, si quienes lo aplican no realizan bien su trabajo. La consecuencia directa de estos “fake papers” es que el trabajo de investigación serio y riguroso que realiza la gran mayoría de la comunidad científica se ve socavado por la desconfianza generada en el público hacia todo el colectivo. El engaño puede que sea un comportamiento natural, pero en la sociedad humana en general, y en el ecosistema científico en particular, no debería tener cabida.

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Byrne, R. and Whiten, A. (1991). Computation and mindreading in primate tactical deception. In Natural Theories of Mind: Evolution, Development and Simulation of Everyday Mindreading. Whiten, A. (ed.). pp. 127-141. Cambridge: Basil Blackwell.

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